AUSENCIAS
Desde hace un tiempo, vivo solo en la calle de Las Ausencias. Aquí, los portales no tienen número, ni las casas vecinos. Todos marcharon. No sé a dónde, ni por qué. Sólo quedan las manchas que han dejado sus manos en las puertas, de tanto abrirlas y cerrarlas millones de veces; quedaron sus puestos de trabajo vacíos con las cafeteras encendidas; las moquetas de sus pisos con sus huellas; un corazón dibujado en el vaho de una ventana; su mugre en los lavabos públicos y una densa nube de sus perfumes que prefirió quedarse y no seguirles. Ahora, como el único vecino que queda, me gusta pasear por las mañanas y descubrir el espacio muerto que han dejado sus recuerdos, escuchar los ecos de un «volveré pronto», de un «siempre te querré», contar los besos que no se dieron. Y, por las tardes, suelo entrar en los pisos vacíos y fijarme en todas sus cosas intactas.
Me gusta vivir aquí. Obsesionado en pintar ausencias.
AUSENCIAS
Desde hace un tiempo, vivo solo en la calle de Las Ausencias. Aquí, los portales no tienen número, ni las casas vecinos. Todos marcharon. No sé a dónde, ni por qué. Sólo quedan las manchas que han dejado sus manos en las puertas, de tanto abrirlas y cerrarlas millones de veces; quedaron sus puestos de trabajo vacíos con las cafeteras encendidas; las moquetas de sus pisos con sus huellas; un corazón dibujado en el vaho de una ventana; su mugre en los lavabos públicos y una densa nube de sus perfumes que prefirió quedarse y no seguirles. Ahora, como el único vecino que queda, me gusta pasear por las mañanas y descubrir el espacio muerto que han dejado sus recuerdos, escuchar los ecos de un «volveré pronto», de un «siempre te querré», contar los besos que no se dieron. Y, por las tardes, suelo entrar en los pisos vacíos y fijarme en todas sus cosas intactas.
Me gusta vivir aquí. Obsesionado en pintar ausencias.